A lo largo de la historia se ha comprobado que la música representa una herramienta importantísima en el desarrollo emocional, cognitivo, intelectual e incluso de relaciones personales e interacción con el mundo de una forma más sensible. No es desconocido el hecho de que la música se ha empleado como terapia en diferentes patologías, durante una cirugía, en el proceso de educación en la edad temprana, etc.
Tantas personas han visto la música como ese mundo paralelo en el cual se puede ser sin temor a ser juzgados ni señalados negativamente porque lo único que importa es expresar, y nada más. Para ello no es requisito indispensable, al menos en la etapa inicial, tomar clases de música clásica. Muchos desarrollan al principio el gusto o la inclinación por diferentes cantantes, bandas, orquestas o música instrumental.
Es así como la creatividad y la sensibilidad se hacen necesarias para exponer, posterior a eso, a través de la ejecución de un instrumento musical, esa idea (salida desde muy adentro) que deseamos transmitir. En este punto, el músico empieza a sentir la necesidad de expandir sus conocimientos para hacer el mejor uso de los recursos y sacarles el máximo provecho en su deseo de expresar.
Esto da como resultado una mayor capacidad de comprensión y asimilación de conceptos, desde una óptica más objetiva, quizás rápida, práctica y sensible, formando seres con un carácter y opinión definidos, capaces de proponer a su vez soluciones efectivas a problemas determinados.